Por qué sentimos dolor
Por qué sentimos dolor

¿Por qué sentimos dolor?

Agudo, punzante, sordo, más leve o más severo, todos conocemos el dolor a partir de nuestra propia experiencia. Pero, aunque sea una sensación medianamente subjetiva, hay algo que no varía en las personas: el mecanismo que hace que sintamos dolor y los motivos por los que lo sentimos.

Mecanismos que activan el dolor

Como ya sabrás, el dolor es una sensación creada por el cerebro. Es este órgano el que se encarga de interpretar las señales y dar una respuesta acorde a las mismas —por ejemplo, el calor que produce sobre la piel una gota de aceite que salta de la sartén y el acto reflejo de apartar la mano al sentir el calor de esa gota caliente.

En esta situación de acción–respuesta intervienen unos sensores q “nociceptores”, que son los encargados de detectar cualquier peligro que pueda provocarnos daño o lesión, quienes envían una señal a través de los nervios para que llegue al cerebro. La respuesta cerebral ante ese dolor se construye en función de la información que las neuronas o células nerviosas están recibiendo, pero también se basa en experiencias pasadas para dar una respuesta adecuada en cada caso. Es este factor el que hace que el dolor sea algo subjetivo y que algunas personas apenas se inmuten ante algo que a otras les provoca un dolor intenso.

Si, por ejemplo, empezamos a dar nuestros primeros pasos en el mundo de la apnea es probable que al cabo de un minuto sintamos que nos estamos ahogando y nuestro cerebro nos presione para inhalar pero, si ya tenemos práctica, podremos aguantar mucho más tiempo sin respirar porque el cerebro ha aprendido que no necesita dar una respuesta de emergencia a esa falta de oxígeno. Del mismo modo, ante dos lesiones iguales es probable que ambas personas lesionadas sientan el dolor de forma distinta dependiendo de sus experiencias y de los hechos relacionados con la lesión que sufrieron en el pasado.

¿Para qué sirve sentir dolor?

Esencialmente, el dolor sirve como un mecanismo de alerta para protegernos: el dolor al torcernos un tobillo hace que guardemos reposo y nos quedemos quietos, evitando así padecer lesiones más graves que podrían tener consecuencias mucho más importantes sobre nuestro estado de salud.

Es un mecanismo que nos permite poner fin a una amenaza justo cuando esta empieza a producirse y, además, es una poderosa herramienta de aprendizaje: un niño que se hace daño al tocar un cactus aprenderá rápidamente que las púas son peligrosas y que más vale no acercarse a ellas, por ejemplo. Además, el dolor es un factor clave para la autoconservación: todos podemos identificar una herida abierta o un problema en la parte externa del cuerpo pero ¿cómo sabríamos que algo anda mal en algún órgano, hueso o músculo si no fuera por el dolor?

El dolor agudo, pues, es un elemento básico para nuestra supervivencia. Aun así, cuando se vuelve crónico por diferentes patologías o lesiones que no desaparecen puede volverse un verdadero problema: un dolor constante provocado por una hernia discal puede hacer que el cerebro empiece a maximizar la respuesta a este estímulo y crear un círculo vicioso en el que el dolor es cada vez mayor. Este es un tipo de dolor que hay que tratar sí o sí, para mejorar la calidad de vida y evitar que los circuitos habituales que intervienen en el dolor se vean modificados y el dolor alcance niveles difíciles de controlar debido a su estado recurrente.

¿Hay más tipos de dolor?

Además del dolor agudo y el dolor crónico, a grandes rasgos, podemos dividir el dolor entre el que sentimos al hacernos daño y el dolor sordo que permanece después de haber sufrido una lesión. El primero es aquel que aparece de repente cuando, por ejemplo, nos damos un golpe en el meñique contra una mesa, mientras que el segundo es el tipo de dolor que sentimos los minutos posteriores a hacernos daño.

Aunque pueda parecernos que la sensación de dolor simplemente se va mitigando, lo cierto es que en su gestión intervienen dos tipos de vías del dolor: las rápidas y las lentas. La diferencia entre ambas es que las primeras conducen los impulsos a una velocidad de 20 m/s y las segundas lo hacen a 2 m/s; de esta manera, cuando nos damos un golpe o nos hacemos una herida, por ejemplo, intervienen las vías rápidas y después, mientras perdura el dolor, intervienen las vías lentas.

Así que, el dolor es un mecanismo complejo que cumple muchas funciones en el organismo y que nos ayuda a dar diferentes respuestas a cosas que suceden en nuestro entorno. Por lo que cuando se siente dolor, debemos considerar que el dolor es una señal de alarma del cuerpo que ayuda a detectar que existe una lesión o daño.

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